- Back to Home »
- Bucay , Educación , entretenimiento , Literatura , Pensar »
- El Portero del Prostíbulo
Posted by : Melchor Espinosa
sábado, 20 de abril de 2013
No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pago
que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel
hombre?
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no
tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus
padres había sido portero de ese prostíbulo y también antes, el padre de su
padre.
Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y
la portería se pasaba de padres a hijos.
Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del
prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió
modernizar el negocio.
Modificó las habitaciones y después citó al personal para
darle nuevas instrucciones.
Al portero, le dijo: A partir de hoy usted, además de estar
en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la
cantidad de parejas que entran día por día. A una de cada cinco, le preguntará
cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me
presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes.
El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al
trabajo pero.....
Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo
no sé leer ni escribir.
¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo
pagar a otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted
aprenda a escribir, por lo tanto...
Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto
toda mi vida, también mi padre y mi abuelo...
No lo dejó terminar.
Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted.
Lógicamente le vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero
para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga
suerte.
Y sin más, se dio vuelta y se fue.
El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había
pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a sí casa, por
primera vez desocupado. ¿Qué hacer?
Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una
cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las
ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría
ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.
Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo
tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada.
Tenía que comprar una caja de herramientas completa.
Para eso usaría una parte del dinero recibido.
En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no
había una ferretería, y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más
cercano a realizar la compra.
¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha.
A su regreso, traía una hermosa y completa caja de
herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la
puerta de su casa. Era su vecino.
Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme.
Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para
trabajar... como
me quedé sin empleo...
Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano.
Está bien.
A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó
la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería
está a dos días de mula.
Hagamos un trato - dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los
dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted
está sin trabajar. ¿Qué le parece?.
Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días...
Aceptó. Volvió a montar su mula.
Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa.
Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?
Sí...
Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus
cuatros días de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe,
no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras.
El ex - portero abrió su caja de herramientas y su vecino
eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.
"...No todos disponemos de cuatro días para compras",
recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a
traer herramientas.
En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del
dinero de la indemnización, trayendo más herramientas que las que había
vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes.
La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron
evitarse el viaje.
Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas
viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes.
Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde
almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero.
Alquiló un galpón.
Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas
después con una vidriera, el galpón se transformó en la primer ferretería del
pueblo.
Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no
viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un
buen cliente.
Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más
lejanos preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha.
Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría
fabricar para él las cabezas de los martillos.
Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los
cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos.....
Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años
aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante
de herramientas. El empresario más poderoso de la región.
Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de
las clases, decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría además de
lectoescritura, las artes y loas oficios más prácticos de la época.
El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de
inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A
los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo
abrazó y le dijo:
Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el
honor de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva
escuela.
El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me
gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy
analfabeto.
¿Usted? - dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo -
¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin
saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si
hubiera sabido leer y escribir?
Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -.
Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo!.
Publicar un comentario