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Posted by : Melchor Espinosa
martes, 2 de abril de 2013
Un día de
octubre, una voz familiar en el teléfono me dice: -Salí a la calle que hay un
regalo para vos.
Entusiasmado,
salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje
estacionado justo, justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal
lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy
fino, muy elegante, muy "chic". Abro la portezuela de la cabina y
subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de
encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta
que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las
piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no
hay lugar para nadie más.
Entonces miro
por la ventana y veo "el paisaje": de un lado el frente de mi casa,
del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: "¡Qué bárbaro este
regalo! "¡Qué bien, qué lindo...!" Y me quedo un rato disfrutando de
esa sensación.
Al rato empiezo
a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto:
"¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?" Y empiezo a
convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando
quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome: -¿No
te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara
de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
-Le faltan los
caballos - me dice antes de que llegue a preguntarle.
Por eso veo
siempre lo mismo -pienso-, por eso me parece aburrido.
-Cierto - digo
yo.
Entonces voy
hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo
otra vez y desde adentro les grito:
-¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se
vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al
poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el
comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los
caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se
suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta
que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos
quieren. Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es
muy peligroso.
Comienzo a
asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento
veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto: -¡Qué me hizo!
Me grita:-¡Te
falta el cochero!
-¡Ah! - digo
yo.
Con gran
dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar un cochero.
A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara
de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que
ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me
hicieron. Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero a dónde
ir.
Él conduce, él
controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo
disfruto el viaje.
"Hemos
nacido, salido de nuestra casa y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro
cuerpo.
A poco de nacer
nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y
se movió. Este carruaje no serviría para nada si no tuviera caballos; ellos son
los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.
Todo va bien
durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos
deseos nos llegaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y
entonces tenemos necesidad de sofrenarlos. Aquí es donde aparece la figura del
cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar
racionalmente.
El cochero
sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del
carruaje son tus caballos.
No permitas que
el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué
harías sin los caballos? ¿Qué sería de vos si fueras solamente cuerpo y
cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa
gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente
su cerebro empuje el carruaje. Obviamente tampoco podés descuidar el carruaje,
porque tiene que durar todo el proyecto. Y esto implicará reparar, cuidar,
afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el
carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje..."
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