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Posted by : Melchor Espinosa
viernes, 12 de abril de 2013
"Me acuerdo siempre de esta escena:
Mi primo, mucho más chico que yo, tenía tres años. Yo tenía
uno doce...
Estábamos en el comedor diario de la casa de mi abuela. Mi
primito vino corriendo y se llevó la mesa ratona por delante. Cayó sentado de
culo en el piso llorando.
Se había dado un golpe fuerte y poco después un bultito del
tamaño de un carozo de durazno le apareció en la frente.
Mi tía que estaba en la habitación corrió a abrazarlo y
mientras me pedía que trajera hielo le decía a mi primo: Pobrecito, mala la
mesa que te pegó, chas chas a la mesa..., mientras le daba palmadas al mueble
invitando a mi pobre primo a que la imitara... Y yo pensaba: ¿...? ¿Cuál es la
enseñanza? La responsabilidad no es tuya que sos un torpe, que tenés tres años
y que no mirás por dónde caminás; la culpa es de la mesa. La mesa es mala.
Yo intentaba entender más o menos sorprendido el mensaje
oculto de la mala intencionalidad de los objetos. Y mi tía insistía para que mi
primo le pegara a la mesa...
Me parece gracioso como símbolo, pero como aprendizaje me
parece siniestro: vos nunca sos responsable de lo que hiciste, la culpa siempre
la tiene el otro, la culpa es del afuera, vos no, es el otro el que tiene que
dejar de estar en tu camino para que vos no te golpees...
Tuve que recorrer un largo trecho para apartarme de los
mensajes de las tías del mundo.
Es mi responsabilidad apartarme de lo que me daña. Es mi
responsabilidad defenderme de los que me hacen daño. Es mi responsabilidad
hacerme cargo de lo que me pasa y saber mi cuota de participación en los
hechos.
Tengo que darme cuenta de la influencia que tiene cada cosa
que hago. Para que las cosas que me pasan me pasen, yo tengo que hacer lo que
hago. Y no digo que puedo manejar todo lo que me pasa sino que soy responsable
de lo que me pasa porque en algo, aunque sea pequeño, he colaborado para que
suceda. Yo no puedo controlar la actitud de todos a mi alrededor pero puedo
controlar la mía. Puedo actuar libremente con lo que hago. Tendré que decidir
qué hago. Con mis limitaciones, con mis miserias, con mis ignorancias, con todo
lo que sé y aprendí, con todo eso, tendré que decidir cuál es la mejor manera
de actuar. Y tendré que actuar de esa mejor manera. Tendré que conocerme más
para saber cuáles son mis recursos. Tendré que quererme tanto como para
privilegiarme y saber que esta es mi decisión. Y tendré, entonces, algo que
viene con la autonomía y que es la otra cara de la libertad: el coraje. Tendré
el coraje de actuar como mi conciencia me dicta y de pagar el precio. Tendré
que ser libre aunque a vos no te guste. Y si no vas a quererme así como soy; y
si te vas a ir de mi lado, así como soy; y si en la noche más larga y más fría
del invierno me vas a dejar solo y te vas a ir... cerrá la puerta, ¿viste?
porque entra viento. Cerrá la puerta. Si esa es tu decisión, cerrá la
puerta. No voy a pedirte que te quedes un minuto más de lo que vos quieras. Te
digo: cerrá la puerta porque yo me quedo y hace frío. Y esta va a ser mi
decisión. Esto me transforma en una especie de ser inmanejable. Porque los
autodependientes son inmanejables. Porque a un autodependiente solamente lo
manejas si él quiere. Esto significa un paso muy adelante en tu historia y en
tu desarrollo, una manera diferente de vivir el mundo y probablemente
signifique empezar a conocer un poco más a quien está a tu lado.
Si sos autodependiente, de verdad, es probable que algunas
personas de las que están a tu lado se vayan... Quizás algunos no quieran
quedarse. Bueno, habrá que pagar ese precio también. Habrá que pagar el precio
de soportar las partidas de algunos a mi alrededor y prepararse para festejar
la llegada de otros (Quizás...)"
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